La Iluminación
Nunca en su vida había corrido tan rápido. «Bueno, no todos los días corres para
intentar salvar tu vida». Los pulmones le ardían, no solo a causa de la excitación, de la
urgencia y el pánico, si no también a causa del humo del fuego que había inundado el
aire y se escabullía en cada rincón de su pecho con cada corta y forzada inhalación.
-¡Abajo!- Oyó gritar a alguien, e inmediatamente tenía la nariz pegada al pasto
quemado. El estallido de una nueva explosión resonó a sus espaldas, esta vez
fue tan fuerte que por un momento creyó haberse quedado completamente sordo.
Mareado y aturdido tensó nuevamente todos los músculos de su cuerpo para volver a
incorporarse cuando notó que las personas que lo rodeaban hacían lo mismo.
«¿Hacia donde corres Alek? ¿Crees que a alguien le importas? Lo has perdido todo,
simplemente date la vuelta y hecha a correr en sentido contrario hasta que una nueva
explosión te de de lleno en la cara y tus miembros vuelen en pedacitos».
Pero sus piernas ya no le hacían caso y corrió, corrió con la desesperacion impresa
en su semblante, al igual que aquellas patéticas personas que huían y chillaban de
horror a su alrededor. «Cadáveres andantes, ¿adónde creen que van? No podremos
zafarnos de ésta».
Las cenizas caían como la nieve, decorando con un fino velo los esqueletos de los
pocos árboles quemados que aún seguían en pié. «Moriremos todos y nos hundiremos
junto con esta maldita isla». Hacía ya más de una década desde que todo había
comenzado, claro que en ese entonces Alek aún no había nacido, se lo había contado
todo su padre, mientras él, que era en ese entonces tan solo un niño, lo observaba con
ojos curiosos sentado en su regazo frente a la chimenea. «Debes hacer todo lo posible
para mantenerte alejado de ellos hijo, y si algún día te encuentras cara a cara con una
de esas bestias, hagas lo que hagas, no le mires a los ojos, son tan profundos que te
hundirías en ellos, y solo Dios sabe que te ocurriría entonces».
Chocó contra otro cadáver andante y rodó por el suelo. Inhaló todo el aire limpio que
pudo allí tendido, antes de que retumbara bajo sus pies un nuevo estallido. Esta vez le
costó más incorporarse, le dolía cada centímetro de su cuerpo y estaba considerando
la posibilidad de volver a hecharse y simplemente cerrar los ojos hasta que todo
acabase. El sol se había estancado en algún lugar más allá del borde del horizonte, y
la oscuridad era un misterio de sombras y líneas.
Giró la cabeza a su derecha, hechando un rápido vistazo a sus espaldas mientras se
apartaba un mechón de pelo, y, de repente, la vió. Había escuchado sus gritos por las
noches, mientras los mutilaban poco a poco hasta que las garras frías de la muerte se
los llevaban finalmente, había oído rumores sobre sus poderes, sobre su apariencia,
pero nada de lo que se había imaginado se parecía a esto en lo más minimo. Era una
criatura hermosa, fascinante, fuerte y delgada a la vez, con la piel clara y marcas,
símbolos trazados con finas líneas en su piel que despedían una luz violácea y tenue.
Estaba tan cubierta de esas extrañas figuras y envuelta en ese esplandor mortecino
que Alek no había reparado en que no llevaba ropa y no parecía necesitarla. Desechó
esa idea instantáneamente, para una criatura así llevar esas raídas telas que los
humanos usaban parecería una burla a su magnificencia.
Y sus ojos… en contraste con su piel eran oscuros pero profundamente sabios,
parecían casi líquidos, sus ojos… Antes de que pudiera darse cuenta de lo que
ocurría Alek se descubrió a sí mismo tirado en el suelo cuan largo era boca arriba.
Esa magnífica criatura se encontraba sobre él, con ambas manos apoyadas sobre
el pasto junto a su cabeza y sus largos cabellos lacios y oscuros acariciando sus
mejilas, observándolo fijamente, mientras él se hundía completamente hinoptizado
en sus ojos. «Por fin te he encontrado Lorwen, después de todos estos siglos, nada
será como antes, la guerra acabará y vendrás con nosotros, nuestro mundo te espera,
comenzará una nueva era de paz para todos». La voz cálida de ella había resonado
en lo más profundo de su ser, envolviéndolo en un poderoso manto. Algo que siempre
había estado oculto dentro suyo despertó. Lorwen, sí, ese era su verdadero nombre,
era la primera vez que alguien lo llamaba así y, sin embargo, le resultaba tan familiar…
Un intenso dolor recorrió su espalda para luego inundar todo su cuerpo, comenzó
a gritar como nunca lo había hecho, aunque el dolor era tan fuerte que no podía
escuchar absolutamente nada. Ella sujetaba sus hombros pegados al suelo con fuerza
mientras él la abrazaba, intentando fundirse con ella en un solo ser, retorciéndose,
presa de un dolor desgarrador. Entonces no sintió nada en lo absoluto, y lo supo. Se
quedó allí tendido acariciándola, observándola con sus nuevos ojos, respirando su
mismo aire. Aquellas líneas atravesaban cada centímetro de la piel de Alek y la tenue
luz violácea que nacía de ellas se hacía más densa y luego liviana, acompasada con
sus inhalaciones y exhalaciones.
Los ecos del pasado rompieron los corazones de los no nacidos y la rueda de
la fortuna se detuvo en silencio. Los pocos insectos desaparecieron junto con la
esperanza de un tiempo mejor. Hay poesía en la desesperación, y cantaron con una
belleza sin igual, elegías amargas de salvajismo y elocuencia.
…Y en algún lugar del desierto encontraron grabada la salvación en la tierra como un
mensaje.
Nunca en su vida había corrido tan rápido. «Bueno, no todos los días corres para
intentar salvar tu vida». Los pulmones le ardían, no solo a causa de la excitación, de la
urgencia y el pánico, si no también a causa del humo del fuego que había inundado el
aire y se escabullía en cada rincón de su pecho con cada corta y forzada inhalación.
-¡Abajo!- Oyó gritar a alguien, e inmediatamente tenía la nariz pegada al pasto
quemado. El estallido de una nueva explosión resonó a sus espaldas, esta vez
fue tan fuerte que por un momento creyó haberse quedado completamente sordo.
Mareado y aturdido tensó nuevamente todos los músculos de su cuerpo para volver a
incorporarse cuando notó que las personas que lo rodeaban hacían lo mismo.
«¿Hacia donde corres Alek? ¿Crees que a alguien le importas? Lo has perdido todo,
simplemente date la vuelta y hecha a correr en sentido contrario hasta que una nueva
explosión te de de lleno en la cara y tus miembros vuelen en pedacitos».
Pero sus piernas ya no le hacían caso y corrió, corrió con la desesperacion impresa
en su semblante, al igual que aquellas patéticas personas que huían y chillaban de
horror a su alrededor. «Cadáveres andantes, ¿adónde creen que van? No podremos
zafarnos de ésta».
Las cenizas caían como la nieve, decorando con un fino velo los esqueletos de los
pocos árboles quemados que aún seguían en pié. «Moriremos todos y nos hundiremos
junto con esta maldita isla». Hacía ya más de una década desde que todo había
comenzado, claro que en ese entonces Alek aún no había nacido, se lo había contado
todo su padre, mientras él, que era en ese entonces tan solo un niño, lo observaba con
ojos curiosos sentado en su regazo frente a la chimenea. «Debes hacer todo lo posible
para mantenerte alejado de ellos hijo, y si algún día te encuentras cara a cara con una
de esas bestias, hagas lo que hagas, no le mires a los ojos, son tan profundos que te
hundirías en ellos, y solo Dios sabe que te ocurriría entonces».
Chocó contra otro cadáver andante y rodó por el suelo. Inhaló todo el aire limpio que
pudo allí tendido, antes de que retumbara bajo sus pies un nuevo estallido. Esta vez le
costó más incorporarse, le dolía cada centímetro de su cuerpo y estaba considerando
la posibilidad de volver a hecharse y simplemente cerrar los ojos hasta que todo
acabase. El sol se había estancado en algún lugar más allá del borde del horizonte, y
la oscuridad era un misterio de sombras y líneas.
Giró la cabeza a su derecha, hechando un rápido vistazo a sus espaldas mientras se
apartaba un mechón de pelo, y, de repente, la vió. Había escuchado sus gritos por las
noches, mientras los mutilaban poco a poco hasta que las garras frías de la muerte se
los llevaban finalmente, había oído rumores sobre sus poderes, sobre su apariencia,
pero nada de lo que se había imaginado se parecía a esto en lo más minimo. Era una
criatura hermosa, fascinante, fuerte y delgada a la vez, con la piel clara y marcas,
símbolos trazados con finas líneas en su piel que despedían una luz violácea y tenue.
Estaba tan cubierta de esas extrañas figuras y envuelta en ese esplandor mortecino
que Alek no había reparado en que no llevaba ropa y no parecía necesitarla. Desechó
esa idea instantáneamente, para una criatura así llevar esas raídas telas que los
humanos usaban parecería una burla a su magnificencia.
Y sus ojos… en contraste con su piel eran oscuros pero profundamente sabios,
parecían casi líquidos, sus ojos… Antes de que pudiera darse cuenta de lo que
ocurría Alek se descubrió a sí mismo tirado en el suelo cuan largo era boca arriba.
Esa magnífica criatura se encontraba sobre él, con ambas manos apoyadas sobre
el pasto junto a su cabeza y sus largos cabellos lacios y oscuros acariciando sus
mejilas, observándolo fijamente, mientras él se hundía completamente hinoptizado
en sus ojos. «Por fin te he encontrado Lorwen, después de todos estos siglos, nada
será como antes, la guerra acabará y vendrás con nosotros, nuestro mundo te espera,
comenzará una nueva era de paz para todos». La voz cálida de ella había resonado
en lo más profundo de su ser, envolviéndolo en un poderoso manto. Algo que siempre
había estado oculto dentro suyo despertó. Lorwen, sí, ese era su verdadero nombre,
era la primera vez que alguien lo llamaba así y, sin embargo, le resultaba tan familiar…
Un intenso dolor recorrió su espalda para luego inundar todo su cuerpo, comenzó
a gritar como nunca lo había hecho, aunque el dolor era tan fuerte que no podía
escuchar absolutamente nada. Ella sujetaba sus hombros pegados al suelo con fuerza
mientras él la abrazaba, intentando fundirse con ella en un solo ser, retorciéndose,
presa de un dolor desgarrador. Entonces no sintió nada en lo absoluto, y lo supo. Se
quedó allí tendido acariciándola, observándola con sus nuevos ojos, respirando su
mismo aire. Aquellas líneas atravesaban cada centímetro de la piel de Alek y la tenue
luz violácea que nacía de ellas se hacía más densa y luego liviana, acompasada con
sus inhalaciones y exhalaciones.
Los ecos del pasado rompieron los corazones de los no nacidos y la rueda de
la fortuna se detuvo en silencio. Los pocos insectos desaparecieron junto con la
esperanza de un tiempo mejor. Hay poesía en la desesperación, y cantaron con una
belleza sin igual, elegías amargas de salvajismo y elocuencia.
…Y en algún lugar del desierto encontraron grabada la salvación en la tierra como un
mensaje.
1 Corazones:
Que chulo! Nunca había leído nada sí. Felicidades!
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