miércoles, 12 de octubre de 2011

Relato Luz Efímera - Gincana Literaria

Elixir del Silencio

Una tarde de Otoño.

Se conocieron una tarde de abril. Era pleno otoño, y los árboles yacían desnudos en plena calle.
Las nubes se detenían con regularidad en el cielo, y a veces se descargaban en la ciudad. La había
visto por las mañanas mientras se iba a la escuela. Su pelo corto despeinado en muchas
direcciones, sus audífonos blancos siempre puestos en sus orejas. Tenía los ojos más bonitos que
él había visto. Grisáceos con azul. Una mezcla extraña, pero que desde ese momento se le antojó
fascinante. Siempre con sus camisetas negras, llenas de extrañas bandas de rock. Pasó días
observándola desde la ventana de su casa, ―coincidentemente al lado de la de ella―. Sí, eran
vecinos, pero ella jamás había reparado en él. Había veces en las que patéticamente se había
escapado antes de la universidad, sólo estar en su casa cuando ella llegara de la escuela. Y ahí, con
la luz de un atardecer, la veía igual que en la mañana. Con su pelo al viento y sus inseparables
audífonos. Pero nuevamente sin ni siquiera voltear hacia su casa. Ella vivía sola con su madre. Su
padre había muerto antes de que ella naciera, le había contado su madre. Pero aún así, necesitaba
saber más. Aunque sea escuchar su voz por una vez, a ver si con eso lograba entender la razón de
su enfermiza obsesión con ella. Entonces, un día pasó. Ese bendito animal del demonio que cada
día debía pasear en contra de su voluntad, lo ayudó sin proponérselo. Estaban en el parque, y el
can se soltó de la correa. Maldiciendo, había salido en busca de él. Cuando llegó a la siguiente
cuadra, el perro yacía de espalda, moviendo la cola frenéticamente mientras una chica se reía y le
acariciaba la panza. Entonces la chica levantó la mirada, y él supo que nunca más podría olvidarla.
Porque ahí frente a él, estaba el objeto de su obsesión, de sus pensamientos inconexos, y de
múltiples hechos que por vergüenza no relataba. No supo que decir, los insultos al perro se le
quedaron atragantados en mitad del camino. Y ella sonrío. Eso que jamás espero ni soñó, pasó. Le
dijo que tenía un perro muy juguetón. Que ella cuando pequeña también había tenido uno
parecido, pero que se había escapado y nunca más quiso tener una mascota. Y ese día de otoño
todo había cambiado. Al poco tiempo ella entre sonrojos le había confesado que también lo había
observado en secreto. Mientras sacaba a pasear al perro, o cuando llegaba tarde de la universidad.
Costó que él le creyera, parecía inverosímil que se habían tenido en la mira al mismo tiempo. Pero
así pasó. Porque lo que menos esperamos, es siempre lo que más sucede. Los labios no
aguantaron mucho tiempo, y pronto habían sucumbido. Se besaban con pasión, como si no fuera a
haber un mañana, como precisamente todo lo que deberíamos hacer en la vida. Vivir, como si no
fuera a existir un mañana. La acompañaba a sus conciertos, no era su entorno, pero disfrutaba con
una sonrisa gigante verla mover la cabeza y las piernas al ritmo de voces y letras de rock. Era algo
que ella amaba, y el amaba verla feliz. Y también él le dedicaba canciones románticas al oído, ella
siempre decía que las odiaba, pero cuando él se las cantaba, no dejaba de sonreír. En el fondo,
siempre había esperado que le cantaran así, solamente a ella. También la llevaba al cine. Siempre.
Algunas veces veían la película, otras, hacían cosas que no se deben hacer. Pero cuando el amor es
tan grande, necesitas expulsarlo desde lo más hondo de ti mismo. Necesitas sacarlo afuera, y así
expandir cada célula feliz que tengas en el cuerpo. Y a veces simplemente la abrazaba. En el
césped, en la cama, en cada lugar que pudiera. Amaba la sensación de rodearla entre sus brazos.
Era tan pequeña y delgada que él la cubría por completo, y eso le gustaba. Le gustaba saber que él
podía protegerla. La acompañaba a comprar libros, que eran su obsesión. Siempre que podía se
quedaba mirando sus ojos, logrando que ella se cohibiera. Pero él siempre le decía que debía
mostrar sus ojos al mundo, y no esconderlos en un mechón de cabello. Para su primer aniversario,
raspo todos los árboles de la plaza. En cada uno de ellos sus iniciales, y una frase de amor distinta.
Le había llevado toda la noche y parte de la madrugada hacerlo. Por poco y no lo logra, pero al
final valió la pena. Aquella mañana cuando la llevó con los ojos vendados hacia el lugar, y ella se

dio cuenta, lloró. Fue despacio, leyendo en cada árbol. Alex & Andrea. Siempre la frase
acompañada de sus nombres. Aquel beso y abrazo que le dio ella ese día, jamás lo olvidó. Porque
ese día fue el que ella entendió que jamás podría vivir sin él. Que ese ‘hombre especial’ que tanto
esperan las mujeres había llegado. Era suyo, y no lo dejaría escapar. Pero no todo fue siempre
bueno. Hubo momentos en que todo casi se salía de control. Hubo gritos, peleas y discusiones.
Hubo celos y desconfianzas. Pero siempre existió el amor, y por eso nada de lo antes mencionado
pudo vencer. En cada pelea, ambos terminaban besándose apasionadamente. Y ambos
recordaban todo lo que habían vivido, todo lo que se amaban y entonces todo volvía a empezar.
Porque ellos no sabían que su amor era único. Que fueron afortunados, y que eso que ellos vivían,
no todos podían hacerlo.

― ¿Fue real, abuela? ¿Ellos existieron? ― pregunta la niña. Su abuela le ha relatado una hermosa
historia, y tiene los ojos llenos de lágrimas.

― Claro que fue real, mi amor, ellos existieron, ¿No es verdad Alex?

Entonces un anciano aparece entre las sombras. Se agacha para besar la cabeza blanca de la mujer
y le sonríe a la pequeña que tiene en frente.

― Claro que fue real, y no hubieron personas que se amaran más que ellos.

― Tenían los mismo nombres que ustedes, pero ustedes se quieren más, ¿No es cierto abuelo?

― Muchísimo más, respondieron los ancianos.

Porque a pesar de llevar una vida juntos, aún tenían su amor a punto de explotarles el pecho.
Igual que cuando eran jóvenes y rebosaban de alegría. Porque hoy, más que nunca, sentían su
amor florecer. Estuvieron en el sitio adecuado, y en el momento justo, para que ese algo a lo que
llamamos amor, hiciera su trabajo.

1 Corazones:

Lydia Pinilla dijo...

Ohhhh! Qué bien describes el amor! Me gusta como le has dado la vuelta a la historia :) Un besoo

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