Las puertas del metro se abrieron en la que era mi tercera parada, y con horror vi a la marea humana entrando hasta colapsar por completo el espacio en el interior. Hasta entonces había estado de pie, junto a una de las puertas, pero cómoda con el espacio vital que me habían respetado. Ahora, entre los pasajeros que me rodeaban y yo misma, no había más que el espesor de nuestras ropas. Por eso detestaba coger el metro en hora punta, aunque había días en los que era imposible evitarlo.
Una curva rápida provocó que casi quedase aplastada por docenas de personas. Me costaba respirar y estaba a punto de pedir ayuda. En cuanto acabó el giro, un brazo pasó por delante de mi cara y la mano de éste se cogió a una de las barras. Enseguida sentí que podía tomar aire un poco mejor y vi que quedaba un pequeño espacio frente a mí que un momento antes no existía.
Al otro lado del brazo, había un joven con la cara en tensión por el esfuerzo que estaba haciendo de protegerme. No le conocía de nada, o al menos, eso pensé en un principio. Le miré más fijamente para intentar averiguar si reconocía esos rasgos. La respuesta era no, pero sin embargo, no pude apartar la mirada, me sentía hipnotizada.
El hombre percibió mi escrutinio, sus ojos se cruzaron con los míos y noté cómo se me subía la sangre a todas y cada una de las células de mi cara. Aún así, ni él ni yo dejamos de mirarnos. Noté cómo mi mano empezaba a moverse para tocar la suya, la que estaba a pocos centímetros de mi cara, protegiéndome. Pero entonces llegamos a la siguiente parada y él se bajó. Sin embargo, yo no debía bajar, aún tenía dos más por delante antes de llegar a mi destino.
No lo pensé más de un segundo y salté fuera cuando ya empezaba a pitar el cierre de puertas. Salí corriendo en mitad del gentío que se movía por la estación a esa hora, todos con prisas y sin miramientos por el de al lado. Temía perderle, no volver a verle y esa angustia me hacía palpitar más rápido el corazón. ¿Cómo podía ser que en tan sólo un momento hubiese desaparecido entre la multitud?
Pero le vi. Estaba en el descansillo de la escalera, se había detenido allí y miraba en la dirección hacia donde se había dirigido el metro del que nos acabábamos de bajar. Se giró y me vio abajo, pero toda la energía que tenía se había esfumado. Me quedé parada, no sabía cómo dar un paso y poner un pie delante de otro. Fue él quien bajó, escaló a escalón, haciendo que empezase a temblar y con miedo de que me fallasen las piernas. Me perdí en sus preciosos ojos grises cuando llegó a mi lado. Y desde entonces, aún sigo perdida.
1 Corazones:
Oh!! Me encantan las casualidades del destino!!!
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