viernes, 14 de octubre de 2011

Relato Eline Dieva - Gincana Literaria

Reyes en la Noche

Llegué pronto, eran aún menos diez. ¿Qué narices hacía yo allí? ¿No había dicho
que no asistiría a la cita? ¿Por qué había ido? Porque me sentiría mal si se quedase sola
esperando. Pero en ningún momento había dicho que íbamos a estar solos. ¿Por qué
suponía eso? Ya me estaba poniendo histérico. En esto también era igual que ella, capaz
de persuadirme con pocas palabras.
Apareció a las siete en punto, era puntual, ahí no se parecían. Ella siempre llegaba
tarde y corriendo, era muy gracioso verla poner escusas tontas.
Se me escapó una sonrisa al recordarla.
–¡Sabes sonreír! –dijo–. Estás más guapo así.
¿Intentaba ligar conmigo o qué? Dejé de sonreír.
–Te ha molestado el comentario, lo siento.
La miré de reojo.
Al final no acudió nadie más. Pasamos la de tarde mirando tiendas, de ropa, de
libros y de animales. No sabía que le gustaran los animales, pero parecía que mucho,
los miraba con unos ojos tiernos que inspiraban mucho cariño. A lo mejor no era tan
desagradable tenerla cerca, pero en los momentos que se movía o hablaba como ella me
entraban ganas de alejarme de su lado y dejarla allí mismo. Se me oprimía el corazón,
un dolor tan intenso que me entraban ganas de encogerme sobre mí mismo.
Intentaba no pensar, tenía que conseguirlo, esto podía ser una clase de terapia para
superar lo que había pasado. Aunque lo veía imposible.
Se hizo de noche. Y no sé cómo me acabó convenciendo para ir a cenar. Tenía
ganas de llegar a casa, quería dormir. Sin embargo, este día me hacía recordarla a ella
como nunca la había recordado desde hacía tiempo, como si siguiera a mi lado, como si
nada hubiera ocurrido, como si nunca se hubiera marchado… como si siguiera viva.
Pero era una falsa esperanza, esta chica no era ella, la llevaba contemplando desde
hacía unos meses, y al contrario de gustarme por parecerse, me ponía nervioso. Tenían
muchas cosas en común pero eran diferentes.
–¡Qué bien he cenado! ¿Vamos ya a casa, o quieres ir a algún lado antes?
–No, ya es tarde, te acompaño.
Me dijo donde se estaba su casa, era cerca de la playa. Antes yo iba mucho a la
playa, ahora… bueno, ahora no me traía recuerdos agradables.
Caminamos en silencio. La falta de conversación por su parte era peor que cuando
hablaba. ¿Estaría bien? ¿Se habría enfadado? ¡Qué más daba! Yo lo único que quería
era llegar a mi piso y tumbarme en la cama.
Se paró. Y me miró.
–No quiero que pienses nada raro de mí. Me refiero por lo de hoy, lo de invitarte
–se le notaba nerviosa–. Solo quiero que no me odies de esa manera, he visto como me
miras a veces, como si no me soportaras, como si te hubiera hecho algo. Y me hace
sentir mal. Siempre pareces triste y cuando veo que me observas o te hablo empeoras –
se calló.
No sabía que responderle, no me esperaba esto, siempre parecía que pensaba solo
en sí misma. Incluso algunas de las veces que venía a hablarme tenía la impresión que
era para reírse luego de mí con sus amigas.
–Lo siento. Quería que lo supieras. –se giró dispuesta a entrar en el jardín de su
casa.
–¡Espera! –no sé porqué, la agarré por el brazo.
El que me dijera esas palabras me hizo sentir como si la volviera ha perderla a
ella.

1

–No es culpa tuya, he tenido problemas –dudaba si continuar o no. Pero esa
mirada tan cristalina y tan preocupada hizo que la indecisión se desvaneciera –mi
novia… te pareces en muchas cosas a como era, y al verte me hace recordar...
Se me quedó mirando, su expresión no había cambiado, ni un rastro de sorpresa,
ni pena, ni compasión, solo esa mirada nítida y sincera. Le había hecho daño. Lo sabía,
aunque no mostrara ningún signo, se notaba.
–Entiendo–Sonrió, pero la sonrisa no se iluminó en sus ojos.
Anduvo hasta la puerta de su casa, entró y cerró sin girarse, ni decir nada más.
Al día siguiente no me habló. Ni durante el resto de la semana. Y tampoco lo hizo
a la siguiente.
Me notaba extraño ¿Echaba de menos el hecho de que viniera a hablar conmigo
todos los días? Entendía que se sintiera mal ¡La estaba comparando con alguien que
no iba a volver! Pero, no eran iguales. En verdad, estas semanas en la que no nos
hablábamos me había parado a pensar y no se parecían tanto. Ambas compartían
algunos gestos, el color de cabello, y que estaban siempre rodeadas de sus amigas,
por ejemplo. Pero nunca me había detenido a reflexionar las cosas independientes
que me gustaban de esta chica ¿Era por eso que todo este tiempo no la soportaba? Era
como verla a ella, pero no era ella. Buscaba le parte negativa, intentaba odiarla para no
traicionarla a ella. Reconocer que me podía gustar otra persona era olvidarme de los
momentos pasados juntos, de los sentimientos que despertaba en mi interior. El miedo
de perder sus recuerdos, su amor. Eso me daba pánico y me encerraba en mí mismo.
Convenciéndome de que si me acercaba la olvidaría a ella. El dolor me recordaba que
había existido.
Pero ahora lo que tenía era un vacio más grande aún. Lo tuve claro. Escribí una
nota, la dejé encima de su mesa, y salí de clase.
Eran las nueve menos cuarto. Había llegado quince minutos antes. Estaba en la
playa esperándola cerca de su casa. En la nota le había escrito que quería que cenásemos
juntos, no sé si aparecería, pero si de verdad creía que la conocía al menos un poco, lo
haría.
Y así fue, llegó a menos diez ¿Eso es que no podía esperar a las nueve? Me alegré
de que apareciera antes. Me acerqué.
–Quería pedirte perdón por lo del otro día –abrió la boca para responder pero
no la dejé, quería decirle todo lo que sentía. Luego ya podría rechazarme si quería–.
Todos estos días que no he sabido de ti, sentía que me faltaba algo. He tenido tiempo
para pensar y solo quería que supieras que para mí eres muy importante, jamás debí
compararte, tenía miedo de perder su recuerdo, temía que si me volvía a enamorar fuera
como si ella nunca hubiera existido, porque si yo no guardaba sus recuerdos ¿Quién lo
haría? Pero me equivocaba, tú eres tú, y te necesito.
Seguí hablando, no recuerdo cuánto tiempo más. Dejé salir todo lo que me había
guardado estos meses, esos sentimientos que tenía miedo a pronunciar. Y ella me
atendía sin protestar, mirándome, comprendiéndome.
Terminé. Sonrió, tenía los ojos llorosos, pero no había desprendido ninguna
lágrima, se la veía feliz. Me abrazó. Le devolví el abrazo. Emperecé a reír, hacía tanto
que no me sentía así de bien que me daban ganas de gritarlo y comunicárselo a todo el
mundo. Había pasado mucho tiempo escondiéndome, y me había escuchado la persona
que en ese momento era la más importante de mi vida. No necesitaba nada más. Solo
éramos nosotros dos.
La cogí en brazos, y me dirigí hacia la orilla de la playa, esa noche me sentía
como si fuéramos los reyes de este mundo.

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